CÓMIC PARA TODOS

‘El fracaso como una de las bellas artes’, de Esteban Hernández, Damián Campanario y Fernando Llor

Editorial: Valnera.

Guion: Esteban Hernández, Raule, Damián Campanario, Fernando Llor.

Dibujo: Esteban Hernández.

Páginas: 80.

Precio: 20 euros.

Presentación: Cartoné.

Publicación: Febrero 2022.

Publicar cómics es una heroicidad, y a poco que conozcamos el medio y la industria tendríamos que felicitar de manera continua a quien lo consigue, a los autores que consiguen esa confianza y a los editores que apuestan por ellos. Teniendo eso en mente, es imposible no encariñarse de manera inmediata con El fracaso como una de las bellas artes. Por cada proyecto que sale adelante hay otros muchos que se quedan por el camino, no todo sale y no todo tiene el éxito que le gustaría para llevar una historia tan lejos como le habría gustado a sus autores, y este tebeo va justo de eso, de esos proyectos que, a pesar de lo prometedores que son y del cariño con el que se preparan, nunca llegan a ser publicados. Y lo más divertido es que todo gira en torno a la figura de Esteban Hernández, un dibujante que tiene algo especial y que se va juntando con guionistas de la talla de Raule, Damián Campanario y Fernando Llor buscando ese proyecto que le haga despegar. Y no, no sucede, porque el cómic, lo decíamos, es precario. Ojalá su motor principal fuera solo el talento, pero el dinero manda. Y aún así, la ilusión se abre camino. ¿Cómo si no se habría convertido en un tebeo editado El fracaso como una de las bellas artes? Qué mensaje de amor más bonito hacia el cómic el que nos dejan los autores, que saben reírse hasta de lo más oscuro de su profesión.

Se trata de ver cómo es la creación de un cómic y la vida de los artistas, de entender que no es solo tener una buena idea y triunfar. Es justo lo que dice el título, la antítesis del relato del triunfador, un autorretrato cínico, sí, pero también realista de la vida que espera, o que puede esperar, a quien aspire a vivir de las viñetas en España. Y eso, para cualquiera de los que amamos el cómic, es un punto a favor instantáneo. Nos podrán gustar más o menos los proyectos de los que se habla en el cómic, y tienen todos su punto como para llamar nuestra atención, pero al final esa es la excusa. Lo divertido es ver a los autores hablando con esas dobles identidades realistas que les presentan la verdad al desnudo, literalmente, que les recuerdan lo fácil que es que se produzca ese fracaso. Interesa y emociona por colarnos de esta manera tan sincera en sus vidas y ayudarnos a entender su manera de vivir y trabajar de una manera simpática y abierta, contándonos cómo son las peleas que mantienen con ellos mismos para seguir adelante cada día. Es tremendo lo que consiguen con una obra que muchos catalogarían de menor y que es tan grande como el propio cómic como medio de expresión, máxime si disfrutamos con lo que nuestros propios autores nos ofrecen, casi siempre desde una posición en desventaja con respecto a los gigantes americanos.

Y llegamos de nuevo al centro de todo: Esteban Hernández. El guion de la obra es suyo, por mucho que se apoye dentro y fuera de las viñetas en los mencionados escritores, y el dibujo también. Y es bueno, tanto que resulta fácil comprar esa premisa de que el trabajo duro tendría que bastar para que uno de sus cómics fuera un éxito. Sus figuras exageradas, la forma en la que construye con su caricatura el realismo más cotidiano que hay en el libro y las fantasías de las que le proveen Raule, Campanario y Llor, la gigantesca diversión que proporciona en la aventura, El fracaso como una de las bellas artes es un cajón desastre maravilloso, una herramienta de ejecución magnífica para un tebeo que, como decíamos al principio, se gana el cariño del lector por su sinceridad y buen humor. Y por sus lecciones vitales, por recordarnos que menudencias como comer o pagar la hipoteca no detienen a los tipos que sueñen con entretenernos a través del cómic, ni siquiera aunque el fracaso sea como un monstruo que sabe dónde y cuándo atacar a los artistas para ponérselo todavía un poquito más difícil. Hay tanto cariño al medio en este desahogo tan divertido que es imposible no felicitar a todos los que han formado parte de un tebeo que, en justicia, se ha ganado que le hagamos un poco de caso. En el fondo y en la forma.

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