‘Crónicas de un calzador de mesas’ 2, de Jordi Bayarri

Editorial: Anillo de Sirio.

Guion: Jordi  Bayarri.

Dibujo: Jordi Bayarri.

Páginas: 176.

Precio: 25 euros.

Presentación: Cartoné.

Publicación: Abril 2024.

Todo lo bueno que tenía el primer volumen de Crónicas de un calzador de mesas (aquí, su reseña), que ya era bastante, está de vuelta en el segundo, y esa es la gran noticia de este libro. Conociendo a Jordi Bayarri no podía ser de otra manera, porque es un autor que tiene ideas muy claras, muy marcadas y muy eficaces, da igual que esté desarrollando su maravillosa Colección Científicos, sus famosas mozuelas y sus shorts o, como en lo que ahora tenemos entre manos, sus peripecias autobiográficas por todo el mundo siguiendo a su esposa gracias a sus traslados laborales. Pero Bayarri hace que el hecho de que no haya sorpresas reales en el planteamiento (en realidad, ¿para qué harían falta?) no nos haga caer en el aburrimiento. ¿Cómo hacerlo, con los espléndidos escenarios que visitamos de la mano de Bayarri y su pareja? ¿Cómo, si con cada anécdota que cuenta no deja de demostrar que de casi todo se puede sacar una historia o un recuerdo que merezca la pena contar? Estas Crónicas son una excelente forma de conocer al autor, a través de su obra y por medio de lo que es capaz de hacer con los lápices en la mano. Y por extensión, por decirlo claramente, es un tebeo que se lee con una sonrisa continua, sea por el carisma de Bayarri, por el encanto de los escenarios o por la hábil y divertida mezcla que propone.

Si miramos a este tebeo sin demasiadas complicaciones, podríamos verlo como parte de esa moda de que los autores de cómic hablen de sí mismos. La tentación es fuerte, porque Bayarri viaja por el mundo con mucho tiempo libre y muchas ganas de descubrir cosas y después contarlas, pero merece la pena que vayamos un poco más allá. Para empezar, es muy interesante que Bayarri juegue con una doble faceta que rompe un poco los roles sociales. Primero, porque es, dicho así a bote pronto, el florero de la relación, profesionalmente hablando, claro está, es ella la que goza de una posición de prestigio, quien abre puertas, quien es invitada a trabajar en distintos lugares. Y él, con esa sinceridad rompedora que le lleva a buscar a las míticas patinadoras californianas como si de un experimento científico se tratara consigue que eso, que en otras lides podría ser una machistada de manual, aquí sea un detalle gracioso y juguetón. Y lo es por una razón muy sencilla, y es que Bayarri se presenta como un hombre amante de las cosas bellas, del arte, de la cultura, de la comida, de los rincones especiales, de su trabajo en el cómic a pesar de los problemas y, sí, de las mujeres. Las Crónicas de un calzador de mesas son una forma espléndida de disfrutar de todo eso con el autor, y es complicado no entrar en el juego que propone, el turístico y el personal.

En el dibujo, más todavía que en la historia aunque en la misma línea, Bayarri es Bayarri en toda su extensión, con su conocida caricatura, que no riñe con todo el detalle que tiene su dibujo cuando se trata de perfilar escenarios, y con  toda la diversión que hay en el diseño de los personajes y en la expresividad de los mismos, empezando por el propio Bayarri, al que tenemos el placer de ver incluso en sus años de infancia y juventud (¡sí, con pelo!). Y sí, insistamos en ello porque el propio Bayarri se recrea en esos momentos como si esto fuera un fan service de manual, sus mozuelas dan un brillo especial al conjunto de este segundo volumen de Crónicas de un calzador de mesas, tanto como los momentos que dan sentido al título de la obra y que coronan algunos de los capítulos de un libro que nos lleva a suelo americano y también a Italiano. Bayarri no falla y sus Crónicas siguen siendo un tebeo delicioso, divertido y libre, hecho con esa convicción de tener una buena apuesta entre las manos, una que juega con el entretenimiento, con la propia satisfacción personal de estar contando momentos de importancia personal y con los mensajes adecuados en más de un sentido. Pocas veces fallan las peripecias autobiográficas en el cómic, y además aquí pisamos terreno ya conocido. Todo bien.

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