Guion: Al Capp.
Dibujo: Al Capp.
Páginas: 272 .
Precio: 59,95 euros.
Presentación: Cartoné.
Publicación: Diciembre 2022.
Adentrarse en la prehistoria del cómic americano, aunque realmente no lo sea de una manera tan certera, es algo fascinante, porque nos permite encontrar obras de muy difícil acceso hasta ahora y que nos abren mundos absolutamente maravilloso. Pasa con Li’l Abner, de Al Capp, un cómic que nació en el medio en el que las viñetas tenían más tirón allá por los años 30, en las tiras de prensa. No olvidemos que estamos en tiempos anteriores al nacimiento del superhéroe, por lo que el género dominante en el noveno arte era otro, y el formato también. Y por eso es tan distinto a lo que vemos ahora, porque es una tira con mucho humor. Pero humor cínico, porque al final de lo que se trata es de observar el mundo desde prismas muy distinto, el rural y el urbano, con personajes que están claramente encasillados en uno o en otro y también a medio camino entre ambos, en función del papel que les toque jugar. En su momento era una joya, una que captó enseguida la atención de los lectores, pero hoy es todavía más brillante, porque es un trabajo que puede parecer arqueológico por su fecha original de publicación pero en realidad, a media que vamos leyendo, nos damos cuenta de que resulta terriblemente actual en sus temas, en su tono y sobre todo con unos diálogos brillantes en todo momento.
El valor que tiene Li’l Abner es doble. Por un lado, es una comedia clara que funciona de una manera casi atemporal, con mucho texto pero a la vez mucho ritmo. Y es a la vez un retrato descomunal de la América de aquellos años con esa confrontación ya mencionada y que ha servido de base a tantas historias, el choque entre el campo y la ciudad. El protagonista es un muchacho de campo que tiene una particularidad. No es su palpable ingenuidad, sino su notable altura. Puede parecer una tontería, pero es la forma en la que Capp nos empieza a decir cómo, cuándo y dónde no encaja este muchacho, y es la base inicial de todo lo que le va sucediendo cuando decide irse a la Gran Manzana, a Nueva York. Cuando él lo dice va vestido con unos harapos que no tienen encaje en la ciudad a la que se marcha. Ni su ropa, ni la gente que le rodea, ni tampoco la forma de ser de las personas que están a su alrededor. El choque está servido desde el principio y a tantos niveles que no parece que estemos ante un cómic que tiene ya casi 90 años de vida. Y los tiene, y se aprecia en algunos detalles, pero no podemos obviar la rotunda actualidad en la que se maneja, y hay tanta información, tantos temas que se llegan a tratar, tantos elementos que sirven de base a los gags, que hay muchos niveles de lectura, más de los que podrían reconocer a simple vista.
Ahí, en lo visual, es donde se nota con más claridad la época de la que procede el tebeo. Su comedia es clara, la caricatura se centra en los personajes masculinos, en todos, y en los femeninos de cierta edad, porque las muchachas jóvenes actuaban como el reclamo bello de la historia. Son tópicos, pero tópicos que entonces eran bastante funcionales, y Li’l Abner les saca partido de una manera excepcional. Hay una cuestión que los grandes maestros de la tira de prensa perfeccionaron de una manera notable y es el aprovechamiento del espacio. Una tira implica bastantes viñetas, y Capp además utiliza mucho texto, mucho diálogo. Y aún así la historia respira muy bien y saca todo el partido cómico que necesita la serie. Puede que a algún lector actual le resulte chocante todo lo que entonces funcionaba en el cómic, pero si analizamos detenidamente todo lo que dibuja Capp vemos que es una absoluta genialidad. Qué bien utiliza el slapstock, qué lujo poder asimilar sus armas narrativas y cómicas, y qué absoluto placer tener la oportunidad de leer estas páginas ahora, porque nos permite entender lo que otros genios posteriores aprendieron de las tiras de prensa de aquellos tiempos. De muchas, sí, pero de las de Capp de una manera muy especial, porque Li’l Abner es todo un clásico.
El contenido extra lo forman las introducciones de Dennis Kitchen y Bruce Canwell, con fotografías e ilustraciones de la época.
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