Guion: Caitlin R. Kiernan.
Dibujo: Dean Ormston.
Páginas: 96.
Precio: 15,50 euros.
Presentación: Cartoné.
Publicación: Diciembre 2022.
Siendo siete los Eternos con los que jugó Neil Gaiman para la creación de Sandman (aquí, reseña de su primer volumen) es una idea muy tentadora la de dar vueltas a la misma idea que dio lugar a aquella obra genial del cómic. Si alguien pudo conjurar y atrapar a Morfeo, ¿por qué no hacer lo mismo con algún otro de sus hermanos? Y siendo así, ¿cómo no optar al mismo objetivo de quien capturó al rey del Sueño y tratar de poner a su servicio a Muerte? Esa es la premisa de La chica que quería ser muerte, aunque los caminos que siguen Caitlin R. Kieran y Sean Ormston son algo distintos a los de Sandman, no tanto en lo visual, que encaja bien con la serie madre, pero sí en lo narrativo, porque el viaje tiene elementos con los que Gaiman no jugó, al menos no en el comienzo. La historia es bastante competente en este sentido porque seguramente es consciente de que en las comparaciones va a salir perdiendo, pero quizá sea una de las expansiones del universo Sandman que con más fidelidad consigue sumarse al mismo. Y ni siquiera le hace falta colocar a Muerte en la historia y explotar su enorme carisma, no necesita más que la simple mención a la hermana de Morfeo para que su espíritu impregne toda la serie. De eso sí podemos decir que parte de la culpa es de Gaiman, pero la serie sale bastante airosa de los retos que se marca.
Estos pasan fundamentalmente por demostrarnos que puede haber vida en Sandman más allá de Gaiman. Es cierto que el recelo siempre va a estar presente entre los lectores más puristas y que la labor del creador de un universo tan maravilloso como este tiene que pesar lo suyo a la hora de recoger el testigo, pero trabajando con esta fidelidad al espíritu original hay que entender esta miniserie como algo que escapa a la voracidad editorial de publicar cualquier cosa que encaja en un título concreto. La chica que quería ser Muerte es una buena historia, porque encaja bien con los deseos humanos de derrotar a aquella que nos habrá de visitar a todos en algún momento, pero también es una buena continuación porque sabe aprovechar el suceso iniciático de la serie para explicarnos algo adicional. No es una secuela, no es un remake, aunque en espíritu sí haya algo se esto último, sino que se trata de una historia de personajes diferentes en un marco que nos resulta familiar. Kieran busca un estilo Gaiman con continuos cartuchos de texto que cobran la misma fuerza narrativa que los diálogos, puede que incluso más, y eso sí es cierto que aumenta el nivel de pretenciosidad del relato, al menos en apariencia. Pero no pesa porque, al final, esta es una historia muy humana, incluso cuando los aspectos más fantásticos se apoderan del conjunto.
Con toda la solvencia del mundo, pero sí es cierto que Sandman no destacó tanto en su dibujo como pudo hacerlo en su historia. Sin desmerecer a Ormston, porque su trabajo es más que solvente, en ese sentido también hay cierta continuidad con la serie original. La chica que quería ser Muerte no quiere que lo visual se lleve por delante el relato y este aspecto es, por encima de todo, funcional y destaca por su sobriedad, necesaria en este tono. Se trata de que veamos lo que sucede, de que entendamos las motivaciones de los personajes y, casi por encima de todo, que entendemos la atmósfera de cada secuencia, desde aquellas en las que hay una tensión que procede de lo humano a aquellas en las que lo más fantástico es lo que amenaza con truncar los propósitos de los protagonistas. Y casi se agradece que haya mucho más de atmosférico que de realismo, porque esta es una historia que podría haber devenido en un espectáculo de exploración sexual de las mujeres que nos conducen a través de ella y en este caso eso tampoco habría beneficiado que se sobrepusiera a lo emocional. La chica que quería ser Muerte funciona bien, lejos quizá de las expectativas que pueda tener alguien que espere un nivel demasiado parejo al de Sandman, pero con la categoría suficiente como para que forme parte de su legado.
El volumen incluye los cuatro números de The Girl Who Would Be Death, publicados originalmente por Vertigo entre diciembre de 1998 y marzo de 1999. El único contenido extra son las cubiertas originales de Dean Ormstron
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