Guion: David Rubín.
Dibujo: David Rubín.
Páginas: 256.
Precio: 35 euros.
Presentación: Cartoné.
Publicación: Diciembre 2022.
Cuando alguien como David Rubín, acostumbrados como nos tiene a que cada nueva obra que publica sea una joya por uno u otro motivo, se lanza a crear algo tan grande como El fuego, la expectativa que levanta es enorme. Quizá por eso cuando llegamos al final la sensación es tan demoledora, porque otra vez, y ya van unas cuantas, lo borda. Cada libro de Rubín es una delicia narrativa por sí sola, cada página una pequeña obra de arte, cada secuencia un hito en esta forma de narrar que tanto nos maravilla como es el cómic. Pero es que la historia… La historia es brutal. Porque no te la esperas. Nunca. Ni en lo más grande, ni en lo más pequeño, ni en lo más metafórico, ni en lo más humano. Es imposible anticiparse a sus emociones, a sus homenajes, a su manera de entender una sociedad futura que resulta una evolución tan angustiosamente natural de la de nuestros días. Es increíble que alguien sepa hablar de un tema como la muerte, que es lo que ronda en todo momento, desde un envoltorio tan de género, tan de ciencia ficción, como el que nos plantea El fuego. Y es asombroso que se pueda leer tan rápido un tebeo que tiene tanto en su interior, pero es que Rubín, y pocos como él, sabe provocar ansia en el lector por seguir en el mundo que nos plantea. ¿Hace falta concluir que El fuego es una joya? Pues eso, lo es.
Si lo pensamos fríamente, no hay nada especialmente rompedor en la premisa, en que un asteroide gigantesco vaya a arrasar la Tierra en su trayectoria mortal y que haya una única persona, un arquitecto, en cuyas espaldas descansan las mejores opciones de supervivencia de la Humanidad, en un enorme refugio en la Luna. ¿Pero que hay de frío en El fuego? Nada. Y por eso, lo brutal del cómic de Rubín no es su base, sino su desarrollo, los temas que trata, los personajes que crea, la historia que les da en el presente y en las elipsis temporales que nos van uniendo los diferentes capítulos de la obra. Y el golpe final. O los golpes, mejor dicho, porque Rubín nos alcanza en varias ocasiones, apelando a distintas zonas del cerebro o del corazón con los caminos que encuentra para redondear su trabajo. El fuego tiene una estructura brillante, meditada y eficaz. No es la historia del meteorito, tampoco la de la supervivencia de la humanidad, pero todo ello se ve a través de una figura trágica que pasa por tantos estadios diferentes a lo largo de los pocos capítulos que tiene la obra que resulta admirable que sea creíble. Lo es hasta extremos que parecen hasta complicados de asimilar y que seguro seguirán dando juego en futuras lecturas de la obra. Relecturas que pide a gritos ya desde el mismo momento en el que cerramos el libro por primera vez.
Hemos hablado de la portentosa maestría de Rubín como narrador, y eso es clave para disfrutar de su trabajo. Rubín tiene un estilo claro, un trazo reconocible, desde luego, pero lo que hace de él un magnífico creador de cómics no es solo cómo dibuja sino su forma de contar una historia exprimiendo al máximo las posibilidades del medio en el que trabaja. Utiliza tal cantidad de recursos en El fuego para que sintamos la miseria personal o la insignificancia humana en el universo que no podríamos explicarlos todos en estas breves líneas, con las que simplemente aspiramos a proclamar que el éxito es demoledor. Desde la espectacular narración en paralelo del prólogo a la apabullante grandeza cósmica del epílogo, no hay ningún propósito que se marque Rubín y no sea capaz de mostrarnos, con una manera de crear secuencias de movimiento tan versátil que parece que la obra la hubieran firmado más ilustradores, aunque solo fuera en la labor de storyboard para saber lo que tenía que aparecer en la página final. El fuego es una maravilla, no podemos decir otra cosa, no nos sentimos capaces de rebajar la valoración de un tebeo maravilloso, profundo y complejo. Y seguiremos esperando a Rubin cada vez que vuelva con las expectativas por las nubes, porque eso es lo que tienen los genios, que uno siempre espera lo mejor de ellos.
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