Guion: Diego G. Reinfeld.
Dibujo: Guille Rancel.
Páginas: 112.
Precio: 23 euros.
Presentación: Cartoné.
Publicación: Octubre 2021.
Crear un universo implica crear normas que hagan que funcione, y las cinco normas de Sorunne, solo cinco, son las que definen a la perfección su universo, porque son las que hacen que estemos conectados de principio a fin a la historia de Diego G. Reinfeld y Guille Rancel. Son fáciles, claras, directas. Son solo cinco. Y una a una van teniendo una importancia decisiva para que el viaje de su protagonista, Nadie de nombre, tenga todo el sentido en cada una de las fases que comprende. En su envoltura, Sorunne no deja de ser una clásica historia iniciativa en un mundo de fantasía y ciencia ficción muy evidente desde el mismo diseño de sus personajes y escenarios, quizá con la única salvedad de que no se ve a un héroe claro desde que arranca su viaje, pero son esas normas las que hacen que todo tenga sentido. Reinfeld sabe mezclar el tono de blockbuster de gran presupuesto con temáticas más significativas, y Ranel sabe darle forma a las dos almas que componen este Sorunne para que el lector pueda entrar en el juego sin problemas, sin necesidad de conocer las normas antes de que la narración las haga presentes en la historia. Esa naturalidad es, de hecho, lo que más destaca en la obra, y lo que hace que su aspecto visual le dé el carisma necesario para que el resultado final se distinga de tantas otras obras parecidas.
Reinfeld pone mucho empeño en ese doble objetivo de lograr algo diferente y que a la vez cumpla con las normas que ha fijado para este mundo. Y lo cierto es que la historia sale bastante airosa de las dificultades que siempre comporta el ansia de ofrecer algo fresco. Sorunne se lee muy bien durante todo su arco, porque en ningún caso pierde de vista la necesidad de ofrecer algo imaginativo y con el necesario sentido de la aventura que siempre tiene que tener una historia de fantasía como esta. No es el de Reinfeld un relato que se obligue a dar todas las respuestas, o a que sus personajes despierten simpatía en todo momento, o a cerrar todas las puertas que sus interacciones provocan, pero sí logra un cierre bastante admirable a lo que va proponiendo con cada una de las cinco normas que van cogiendo protagonista. Con ellas, introduce nuevas lecturas que se acomodan muy bien al espectáculo colorista que tanto destaca en la obra. Por esa vía, Sorunne tiene matices mitológicos bastante interesantes que permiten un análisis que vaya más allá del sano entretenimiento que en todo caso propone y con el que triunfa también, antes incluso de entrar en esas nuevas capas.
Sería sencillo decir que el dibujo de Rancel es el que completa de manera esencial la primera de las vías, la más evidente, la que descansa en el diseño y en el color, en el atrevimiento que encierran las formas y colores con los que los protagonistas toman forma en un mundo extraño. Ahí, desde luego, no hay mucho que decir porque es evidente que estamos ante un festival sorprendente y maravilloso. Pero el dibujo de Racel es tan interesante, que el verdadero desafío está en adentrarse en las miradas de los protagonistas, en entender por qué hacen todo lo que hacen. Y eso se siente con fuerza, haciendo que sea por ese lado por el que Sorunne tiene mucho más que rascar. No podemos tampoco restar méritos a la fantasía que despliega, porque no es sencillo encontrar esa frescura de la que hablábamos en un mundo en el que todo nos recuerda a algo. En Sorunne no es fácil encontrar esas referencias. Las espirituales tienen mucho que ver con mundos como el de Cristal oscuro, pero las visuales no son tan sencillas. Por eso repasar Sorunne es tan placentero, sin pensar en un futuro de secuelas o en un pasado de inspiraciones, solo con el tan necesario aquí y ahora con el que el lector de fantasía necesita ser satisfecho. Reinfeld y Rancel consiguen llenar ese hueco durante la lectura y dejan más cosas para quienes las quieran degustar.
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