CÓMIC PARA TODOS

‘El Ministerio del Tiempo. Mi tiempo se agota’, de Javier Olivares, Pablo Lara y Jaime Martínez

Editorial: Aleta / Evolution.

Guión: Javier Olivares, Pablo Lara.

Dibujo: Jaime Martínez.

Páginas: 128.

Precio: 19,95 euros.

Presentación: Cartoné.

Publicación: Junio 2018.

El salto al comic de El Ministerio del Tiempo fue la confirmación, una de ellas, de que el tebeo patrio también es capaz de construir franquicias partiendo de un producto audiovisual, y esa era razón más que suficiente para valorar aquel primer libro, Tiempo al tiempo (aquí, su reseña). Pero también resultó evidente que las cosas no salieron todo lo bien que podrían haber salido, sobre todo si tenemos en cuenta el material original, que ha gozado del beneplácito del público desde el inicio y contando además con que el equipo creativo lo formaban El Torres y Jaime Martínez, que habían realizado un espléndido trabajo en Roman Ritual (aquí, su reseña). Torres se baja de este segundo volumen para que de nuevo el cocreador de la serie, Javier Olivares, esta vez junto con Pablo Lara, se ocupen de escribir las historias de Mi tiempo se agota. Quizá aprendiendo de la primera experiencia, y eso también va por el dibujo de Martínez, que repite, el resultado de este segundo libro es un paso adelante. El espíritu de la serie nunca estuvo en cuestión, y es verdad que el cómic está escrito sobre todo para lectores que sepan lo que tienen entre manos y que conozcan a los personajes, pero esta segunda tentativa es claramente superior a la primera. No rompe ninguna frontera narrativa ni tiene por qué ser el acabose, pero funciona bien.

Se agradece, como proclama Olivares en la introducción del libro, que El Ministerio del Tiempo siga recuperando figuras de perdedores. Si buscara triunfadores y a las figuras más reconocibles de la historia de España, probablemente no tendría tanta gracia y caería en el tópico con mucha más facilidad. Así, Olivares y Lara construyen bien las historias que forman parte de este libro, y destaca claramente la primera, la que tiene como protagonista a Blas de Lezo. Es la que mejor juega con los saltos en el tiempo, con el contraste entre el pasado y el presente, y con ese tono apesadumbrado que, bien llevado, se conjuga tan bien con el nivel de aventura que necesita una serie como esta. Incluso aquí es bastante obvio que el principal enemigo de esta lectura es aterrizar en ella por casualidad y buscando razones para acercarse a las temporadas televisivas. No parece la mejor manera de entender este universo, al menos en lo que a los detalles se refiere, porque la narración sí es clara en cuanto a su historia y a su escenario, pero los protagonistas que saltan de la pequeña pantalla a la viñeta lo hacen dando la sensación de que hay un bagaje que, de alguna manera, se pierde quien no lo haya vivido, aunque haya bastantes elementos de interés en cada pieza de este volumen. No es fácil llenar ese vacío en pocas páginas, pero es verdad que no se consigue del todo.

El dibujo de Martinez también experimenta un salto palpable en este segundo volumen. En el primero se notaron las prisas y un excesivo celo a la hora de buscar el parecido de los protagonistas a los actores de la serie de televisión. Aquí se mantiene el objetivo, pero el resultado es mucho mejor. Se reconoce a los intérpretes, pero no es obstáculo alguno para la narración visual que propone el ilustrador. La paleta de colores de Santiago Ramos, oscura y seria, ayuda a que el dibujo de Martínez tenga más vida de la que tuvo en la entrega original, y aquí la puesta en escena brilla y lo hace más y mejor en las escenas del presente, sin necesidad de sostener la efectividad del tebeo exclusivamente en los exóticos escenarios del pasado. Los autores dan razones para seguir creyendo que, a falta de nuevas temporadas televisivas, el cómic puede ser un espléndido refugio para El Ministerio del Tiempo. También se agradece que se haya optado por historias cerradas, porque eso elimina el riesgo de dejarnos a medias con una historia. Desde luego, y como ya se ha dicho, tenemos entre manos un libro que gustará más al fan que al profano, pero en todo caso es un intento loable de que el cómic español se demuestre a sí mismo la capacidad de enriquecer franquicias, algo que fuera de aquí es algo común y valorado y que aquí todavía cuesta.

El contenido extra lo forman un portafolio de Javier Olivares y un portafolio comentado de bocetos.

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