¿Sabéis que es lo mejor de los cómics? Que nunca mueren. No mueren ni siquiera antes de nacer. Año 1000: la sangre (aquí, su reseña) es un cómic que tardó tres años en hacerse, que necesitó tres intentos, un escritor ávido de dar forma a su obra y hasta tres dibujantes que trabajaron junto a él hasta llegar al proyecto perfecto. Es un viaje de unas dos décadas desde que la semilla germinó en la cabeza de su escritor. ¿O fueron muchos más años, desde que siendo niño soñara con este relato? Su publicación necesitó de dos editoriales y aunque hace siete meses que se puso a la venta todavía se presenta como si acabara de llegar a las librerías. ¿Lo veis? Los cómics nunca mueren. Su vida, eso sí, depende de nosotros, de que los guardemos en la memoria y de que hablemos de ellos.
Manolo Matji y Sergio Córdoba, autores de la obra, se reunieron en FNAC Callao, en Madrid, este pasado miércoles día 18. Junto a ellos, el editor de Aleta, Joseba Basalo, ejerciendo como maestro de ceremonias. Y ante un público no por reducido menos entusiasta desmenuzaron su obra. Comenzó hablando Matji, que confesó que transformó su guion de cine original para llegar al mundo del cómic «por desesperación», porque tras muchos intentos no consiguió financiación para convertirlo en una película. «Lo dejé dormir un tiempo, pero había trabajado tanto que me daba rabia que se quedara en un cajón», explicó. Tras muchas vueltas, y una vez tomada la decisión de convertirlo en cómic, hubo un primer intento que «naufragó enseguida». Para el segundo contó con Carlos Giménez, al que Matji nunca llega a mencionar en su discurso, pero, según dijo, este le hizo «una pirula», se mostró «intratable» y no entendió el espíritu de la historia.
Y siguiendo el saber popular, a la tercera fue la vencida, con Sergio Córdoba, a quien un amigo común presentó en Valencia. «Pensé que podía trabajar con él, porque no habla mucho», dijo entre risas. Matji no dudó en recordar que con Córdoba, aunque «nos hemos hecho bastante amigos», también tuvo algunos encontronazos creativos que ambos consideraron lógicos. El primero que le vino a la memoria fue cuando el ilustrador le dijo que era «un sacador» y que su guion era de «un metedor». Y Córdoba admitió que es así: «tiendo a quitar cosas, me gusta contar las cosas que necesito y no poner demasiado adornos» porque, explicó, «corres el riesgo de despistarte mucho». Aún así, llegaron a acuerdos y acertaron en su trabajo conjunto, que el ilustrador no ve como «imponerse uno sobre otro, sino más bien que los dos estén cómodos».
Matji recordó que Año 1000: la sangre «es una historia muy, muy conocida que se ha contado muchas veces, hasta que en el siglo XX dejó de contarse». Por eso decidió crear un guión sobre la leyenda de los siete infantes de Lara. Después de Horas de luz, recibió el encargo de Sogecine, que le pidió un «proyecto a lo grande». Y propuso este. Pero Sogecine quebró y se esfumó la primera opción de convertirlo en película. Aun así, Matji siguió escribiendo el guion por su cuenta y tardó seis años en acabarlo. Cuando lo movió de nuevo buscando el dinero para producir la película se encontró «respuestas asombrosas que no voy a reproducir aquí», que le generaron mucha frustración, «pero por otro lado también energía».
Así es como el proyecto le llegó a Córdoba, que venía de dibujar cómics de corte más costumbrista y que tuvo que cambiar de tercio para sumergirse en una España medieval. «Lo más importante es que te parezca que hay una historia que merece la pena contar», dijo, y «no perder el núcleo emocional de la historia, sea ciencia ficción o medieval». Según explicó, a la hora de buscar referencias descubrió que «no es una época especialmente bien documentada», aunque declaró que «no soy un obseso de la documentación, lo importante es que tenga verosimilitud aunque no sea exacto al cien por cien».
¿Siempre tuvieron en mente una novela gráfica para contar la historia? En el segundo de los intentos de llevarlo al cómic, Matji recordó que se planteó sacarla en tres volúmenes, «pero yo siempre la vi como una película». Por eso, el escritor no veía necesario reescribir el guion para convertirlo en cómic. Sí afirmó que Carlos Giménez lo hizo «para decir que el cómic era suyo», y por eso dio por perdido el mucho trabajo que se había hecho ya en esa versión y del que rebuscando por Internet se pueden encontrar algunas muestras. Para Córdoba, «el trabajo era, más que ilustrarlo, convertirlo en un cómic, lleva un trabajo, no solo de dibujo sino de adaptación», para decidir «qué momentos escoges y qué dejas entre las viñetas».
Matji confesó que «la intención secreta», como si fuera Darren Aronofsky, era que el cómic le permitió recuperar la posibilidad de retomar la historia para el cine. «Pero estoy tan cansado de la gente del cine que ni lo he intentado», añadió. Eso sí, explicó que con las páginas terminadas de la segunda tentativa sí que se movió, sin obtener respuestas afirmativas, aunque poco después empezó el boom de series históricas en Televisión Española que, admitió, no le hizo mucha gracia. No descartó que en el futuro veamos una película de la leyenda de los siete infantes de Lara. «No sé que pasará, pero me da lo mismo», sentenció.
Córdoba sí dijo que él no encaró el proyecto pensando en una futura película, sino con la pretensión de hacer el mejor cómic posible. Eso, entre otras cosas, le hizo rehacer la escena inicial del cómic, la del parto, cuando llegaron al final. «En las primeras páginas es donde más puedes no sintonizar», dijo de su relación con Matji, con quien nunca había trabajado antes. El escritor, de hecho, recalcó la importancia de esa escena con una anécdota. Una de las primeras personas que le pidió leer el guion fue Pedro Masó. Matji se lo mandó por la mañana y a primera hora de la tarde Masó le llamó para decirle que quería producir la película sin haber leído el guion completo, solo esa escena inicial del parto.
«Es la piedra fundamental sobre la que descansa la película», recordó Matji, que recordó que esa fue una de las razones de sus desavenencias con Giménez, que «ni olió» su importancia. De hecho, le dijo que quería hablar sobre cambiar esas páginas y que la respuesta del autor fue «lo hablamos, pero se va a quedar así». Una de las características más destacadas de la obra es la fuerza de sus dos personajes femeninos, Sancha y Lambra. Córdoba lo destacó, porque precisamente no están desarrollando en el cantar, solo con sus acciones trascendentes, aunque Matji mostró modestia al decir que «son arquetipos» que estaban, por ejemplo, en los Nibelungos. La versión cinematográfica de Fritz Lang fue, según explicó, la que le hizo ver después de acabar el guion que ese tipo de personajes forman parte de mitologías muy diversas.
Por su parte, Córdoba admitió que «de las primeras cosas que hice fue buscar una película que se pareciese» al mismo al estilo de la historia. Y sus referencias cinematográficas son, como poco, curiosas. La primera película que citó fue Robin y Marian, «con la que más he conectado» buscando inspiración para Año 1000: la sangre. Y también mencionó El león en invierno y El nombre de la rosa, todas ellas protagonizadas por Sean Connery. Córdoba aprovechó el acto para hablar de su participación en La hija de la tormenta (aquí, su reseña), un cómic también editado por Aleta y escrito por Víctor Santos, de temática bastante diferente. «Cada cómic le sirve al autor para una cosa», dijo, «es ver cómo te adaptas y que tipo de herramientas usas». Para poner un perfecto colofón al acto, tanto Matji como Córdoba firmaron ejemplares a los asistentes.