Guión: Víctor Santos.
Dibujo: Víctor Santos.
Páginas: 24.
Precio: 3 euros.
Presentación: Grapa.
Publicación: Abril 2015.
Desde su arranque, Young Ronins dio la sensación de ser el punto de partida de lo que podría ser un universo fascinante y mucho más grande. El quinto y último número de la serie es la perfecta demostración de las posibilidades que tiene apuntadas desde la primera página esta creación de Víctor Santos. Nicole y Kenji, los protagonistas, ya no son aquí adolescentes. Este cierre de la historia, casi un número aparte de la historia central, casi un sueño hecho realidad para quienes soñamos que la trama hasta este punto era sólo el inicio de algo que podía ser mucho más grande, es tan espectacular que el único pero que se le puede poner es su breve extensión y el hecho de que sea el cierre del relato, ojalá temporal. Santos hace un triple salto mortal y crea una formidable expansión, llevando la historia hasta el futuro, transformando a Nicole y Kenji en dos adultos que han evolucionado muchísimo desde los hechos que se vieron en los números anteriores, aunque siempre de una forma tan natural que no hacen falta grandes explicaciones para cubrir la elipsis que hay en este quinto número. Y al mismo tiempo realizando un homenaje nada velado a las influencias que tiene Young Ronins, sobre todo el dibujo de Jack Kirby, el Rey, pero también a formas más modernas del medio, tendentes incluso a la espectacularidad visual del manga.
Este número final está dividido en dos. La primera parte es un flashback de estilo kyrbiano, homenaje al Cuarto Mundo de su autor incluso en detalles tan delicados como el coloreado, en el que Santos coloca como protagonistas a los padres de Nicole y Kenji, dando un origen al universo visto en los cuatro primeros números… y dejando en el aire la posibilidad de seguir retrocediendo para extender este universo. La segunda, el duelo definitivo de los protagonistas, que a su vez concluye en un gran cliffhanger que tiene el mismo efecto, el de abrir puertas y dejar la sensación de que lo leído es sobre todo una introducción. Con lo dicho, puede quedar la sensación de que Young Ronins queda inconclusa, y nada más lejos de la realidad. Es, al contrario, un tebeo estimulante en todos los sentidos. Lo es desde su dibujo, puro Víctor Santos en sus cuatro primeros números y un auténtico canto de amor al tebeo como medio inagotable en el quinto, pero también desde una historia que reta al lector desde muchos puntos de vista. Le pide su identificación en la historia juvenil, su fascinación en su brutal diseño, pero asimismo demanda su colaboración intelectual para rellenar los huecos que han quedado en el relato para comprender lo bien que funcionan los dos protagonistas dentro de este entorno. Y así, sólo queda aplaudir. O, también, volver a coger Young Ronins y releer la serie mil veces, como hacíamos siendo chavales.
Como contenido extra, el volumen tiene dos páginas de diseños y bocetos.